Artículo publicado en el Periódico STOP edición 76
Claudia Bernhardt de Sousa Pacheco,
Extracto del libro De olho na saúde
La depresión clínica puede ser un disturbio bipolar, en el cual la persona pasa por periodos intercalados de euforia y depresión o puede ser solamente un disturbio depresivo grave, cuando el paciente está generalmente sumergido en estados de intensa tristeza, melancolía o desespero, Al punto de perjudicar el desempeño de sus tareas diarias. El depresivo rechaza no sólo el trabajo y la vida en sociedad, sino las más simples tareas del día a día como tomar un baño, alimentarse, arreglar sus cosas personales… y cualquier comunicación con otras personas.
Para el deprimido, falta la motivación para hacer cualquier cosa y el siente tristeza sin motivo u objetivo aparente. Se siente continuamente irritado, cansado, dominado por la pereza y la apatía. El amor y cualquier intento de sus familiares o amigos de alegrarlo de causan incomodidad y constreñimiento.
La depresión clínica es diferente de los sentimientos negativos que una persona “normal” tiene en su día a día: es un estado grave y continúo de pérdida de amor por la vida. La depresión puede llevar al alcoholismo o al uso de drogas, además de la adicción a medicamentos (antidepresivos). En otras palabras el deprimido tiene en mayor grado e intensidad los síntomas que todos tienen en la vida llamada normal.
En todo el mundo, entre el 20 y el 25% de las personas sufre de estados depresivos más graves, por lo menos una vez en la vida. Y las mujeres aparentemente sufren dos veces de depresión que los hombres. Digo aparentemente, pues las mujeres admiten mucho más sus problemas psíquicos que los hombres y buscan más ayuda que ellos. Los hombres esconden y rechazan esa idea, pues no quieren admitir sus debilidades tanto que ellos se suicidan más que las mujeres y eso viene aumentando más recientemente, principalmente de Japón.
En el caso de los deprimidos graves, el mayor riesgo es el suicidio. Pero de acuerdo con los descubrimientos de Keppe, si tenemos un dolor de cabeza, una úlcera o cualquier enfermedad, si sentimos angustia, depresión, es por qué incluso sin percibir, estamos usando nuestra voluntad de manera invertida: en el sentido de distorsionar, omitir o negar la realidad. Hacemos eso de varias maneras, pero la más frecuente causa, es la actitud de no querer aceptar la conciencia de nuestros errores y de los errores sociales.
Por ejemplo, la paciente que llamaré L. A., decía en sus primeras sesiones de análisis que estaba cansada de “ayudar a los otros y no ayudarse”, y que para amar a los otros necesitaría amarse primero, reflejando la psicología egoísta dominante en la sociedad. En realidad, mientras ella produjo, por poco que fuese, mantuvo cierto equilibrio. Cuando dejó de trabajar, entró en una profunda depresión, llegando al aislamiento total. L. A. No era infeliz porque se había olvidado de ella misma en favor a terceros; sino por el contrario, sólo podría ser feliz olvidándose de sí, para dar afecto y ayudar a los otros.
Cuando se dice que Dios ve todo, queremos decir que nuestra conciencia sabe todo — la cuestión principal es si lo admitimos, o no. Además, si no fuese así, no existiría el llamado conflicto interno, a través del cual surgen los síntomas dolorosos: angustia, depresión, fobias, etc.
Como Keppe escribe en sus libros: Existe el comportamiento normal y el patológico; este último aparece cuando la actitud antiética alimenta los malos sentimientos: envidia, odio, rencor, etc., llevando al individuo a la arrogancia, megalomanía, narcisismo (teomanía), enfermando con la esquizofrenia, paranoia, depresión, manías, fobias, enfermedades físicas y sociales. El ser humano desea vivir de un lado, en el bien, en lo bello y en lo que es correcto; por otro lado, en la corrupción y deshonestidad como el pueblo dice: con un pie en cada canoa.
Sin embargo, ese equilibrio está condicionado a la armonía entre los impulsos internos y las acciones reales. O mejor, cada vez que el ser humano no logra realizar los ideales que tiene en mente, cae en crisis. Aristóteles ya afirmó una vez que toda dificultad que surge en el desarrollo de una persona, produce depresión.
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