Norberto R. Keppe,
Extracto del libro A Glorificação, pág. 43.
Existen dos actitudes patológicas en el ser humano en relación a la verdad, al amor y a la belleza: una de agresión, y otra de depresión. Además, él sufre justamente por haberse vuelto enemigo de su Creador y, como consecuencia de su propia realidad, porque fue creado según su imagen y semejanza.
Sabemos que para ser normal, dependemos de otro Ser y esa prueba no es bien aceptada, porque nos saca de la fantasía de todo el poder (omnipotencia); para ser loco, basta la propia decisión pero, para ser sano, necesitamos de Dios.
No se puede hablar del ser humano sin abordar a su Creador porque uno es la imagen del otro; él es la consecuencia de un trabajo anterior; del amor y del pensamiento de quien lo creó. Por lo tanto, existe una conexión indefectible con El, pues hasta las máquinas necesitan de la asistencia de sus técnicos.
Existe un error básico de visión, cuando atribuimos todas nuestras dificultades a alguna patología interna, de la cual seríamos víctimas – no queriendo percibir que la psicopatología es simplemente el resultado de toda una conducta de rechazo, una omisión o alteración de la realidad. Un ejemplo: solamente en la medida en que vamos evitando el contacto humano, desvalorizando la cultura, agrediendo al afecto, es que nos ubicamos en un estado de alienación, con sus adecuados nombres: neurosis, psicosis, manías, esquizofrenia, depresión, etc., inclusive con el compromiso orgánico y todas sus psico somatizaciones.
Cada cosa tiene dentro de su estructura su propia finalidad, es decir, todo lo que existe, existe por alguna cosa — y lo que se llama razón de existir, para el ser humano, es su semejanza con Dios — por lo tanto, con todas las prerrogativas inherentes a esa condición. Por este motivo, cuando no las podemos realizar, caemos en un sufrimiento atroz. Patología es el esfuerzo de querer ser algo que no se necesita ser – todo lo que la persona debería ser ya lo es.
Prácticamente nuestras decisiones son las mismas del Creador porque no podemos querer sino lo que Él quiere, dada la misma imagen y semejanza; en todo somos “iguales”, sólo volviéndonos diferentes, cuando deseamos algo que ni él mismo podría conseguir.
Toda la humanidad automáticamente se vuelve a Dios (aun no sabiéndolo) porque no existe otro motivo para volver, pues fuimos creados para El, el único que posee todo lo que necesitamos.
Podemos evidentemente, tener un deseo contrario al del Creador, pero será siempre opuesto al que nosotros realmente deseamos — pues nuestro gusto es y será siempre idéntico al de Él.
Artículo publicado en el Periódico STOP edición 76
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